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Capítulo 17
Brisbane y Sydney

Cuando te aproximas a Brisbane, la capital de Queensland, la costa aparece baja y plana y crece la selva, pero al fondo de ella están tres o cuatro montañas que asoman, llamadas los Glasshouse Peaks, cada una de los cuales tienta a un montañista para tratar de llegar a la punta, ¿no te gustaría intentar una cosa como ésta si lo vieras?. Yo no soy muy afecto a escalar, pero estoy seguro que si hubiera estado en tierra, en vez de estar a bordo, yo hubiera ido a alguna.

Aparte de estos picos, la llegada a Brisbane es muy placentera, sube un ancho río con un campo plano y verde a ambos lados, en los que hay grandes fábricas y bungalows suburbanos, hasta que el campo llega a un distrito de colinas cubierto, por muchas millas, con bungalows de techos blancos.

En la ciudad actual hay pocas calles con bellos y grandes edificios, y detrás de éstos, en toda dirección, los suburbios a todo lo largo y ancho.

Cuando nuestro barco atracó en el muelle, tres elegantes guardacostas vinieron a encontramos. Estos pertenecían a los scouts marinos. No sólo les pertenecían y los tripulaban, sino que habían sido construidos y aparejados por ellos.

En la ciudad tuvimos una reunión con jóvenes excelentes, alegres y honrados, pero había solamente trescientos, ya que comenzaba el descanso de Navidad, muchos habían salido con sus padres a pasar vacaciones, y un gran contingente salió rumbo al sur para participar en el Jamboree de Melbourne.

A más de los scouts vimos otras placenteras criaturas en Brisbane, y éstas fueron koalas u osos de los árboles, estaban en un zoológico privado como a cuatro millas de la ciudad. Los animales son exactamente como osos de peluche muy tranquilos y amigables, ¡queridos pequeños amigos!

Mientras estábamos jugando con ellos, de repente oímos un fuerte chillido, seguido por un estrépito de fuerte risa. Venía de arriba del árbol que estaba sobre nosotros, y no vimos a un muchacho rudo, sino a un gran martín pescador, éste era un kukkaburra australiano, o un burro que ríe.

Cuando te aproximas a Sydney, la capital de Nueva Gales del Sur, desde el mar ves los altos farallones que parecen una pared continua delante de ti, hasta que se abre el canal entre dos escarpados que se llaman "The Heads", y entras a un gran puerto en tierra firme.

El barco que nos acompañaba, al hacer un intento para entrar a dicho puerto hace dos años, en medio de una espesa niebla, se fue contra las rocas. Todos los pasajeros estaban formados en la cubierta y saltaron a los botes salvavidas, tal como se les había enseñado en el simulacro de alarma de cada semana.

No hubo confusión y no se perdieron vidas. En efecto, nuestra camarera, que fue camarera del barco cuando se perdió, se arregló para tomar fotos de los pasajeros caminando y tomando los botes. También tiene fotos del barco cuando estaba en los arrecifes, y de lo que había quedado de él cuarenta y ocho horas más tarde, cuando el mar rompió aquel bello barco por la mitad y fue hecho añicos.

Cuando el capitán Cook, el explorador, navegó por los Heads, no se dio cuenta del gran puerto que había dentro de ellos, lo mismo se puede decir de Sir Francis Drake el cual navegando pasó por un lugar muy semejante que le llamó "The Golden Gate", que lleva al gran puerto cerrado por tierra de San Francisco. El vigía del Capitán Cook, el subteniente Jackson, le reportó que habían pasado una caleta, por lo que Cook la llamó en el mapa "Port Jackson", que es, aún hoy, el nombre del puerto de Sidney.

Nueve millas más hacia el sur, el Capitán Cook encontró otra pequeña bahía, que debido a la gran cantidad de flores que crecían en la costa, la llamó Botany Bay. Este lugar lo reportó como un lugar placentero para un establecimiento.

Más tarde, Lord Sydney, Secretario del Interior, quiso establecer una estación en ultramar a la que pudiera mandar convictos que hubieran sido sentenciados "a ser transportados"1. En aquellos días las penas eran muy severas. Por robar una oveja, un hombre podía ser colgado. Para ladrones y pequeños crímenes, siempre scout, pudiera ser transportado (me figuro que alguno de ustedes ha visto un viejo anuncio en el puente de Dool, en Dorsetshire, no lejos de la Isla de Brownsea, que dice que quien sea sorprendido dañando el puente, puede ser condenado a ser transportado del otro lado del mar).

Bien, Lord Sydney pensó que Botany Bay podría ser un excelente lugar para esos prisioneros, por lo que arregló una flota de once barcos que partieron de Port Jackson, bajo la dirección del Capitán Phillip, R.N.2

Sin embargo el Capitán Phillip, al llegar a Botany Bay el 18 de enero de 1788, no aprobó el lugar, y salió, en tres pequeños botes con algunos de sus oficiales, a explorar la costa, y entró a lo que era llamado Port Jackson.

Poco más adelante encontró un pequeño arroyo de agua fresca, y por lo tanto estableció su colonia en el sitio que es ahora la ciudad de Sydney. El 26 de enero de 1788, el

Capitán Phillip realizó una ceremonia en la que fue izada la bandera inglesa y Australia proclamada colonia británica.

Cuando navegábamos por los Heads, el sol naciente proyectó una intensa luz en ellos, mientras que había una obscura neblina de lluvia que ocultaba de la vista a Sydney. Otro objeto que brillaba por el sol era una pequeña lancha de motor blanca que venía a nosotros sobre las olas. Desde lejos su tripulación de scouts marinos nos daban gritos de bienvenida, y tan pronto como pasamos entre los Heads a la tierra firme de Port Jackson, fuimos saludados por otro buque que hondeaba la bandera scout. Ahora eran los scouts del Grupo 1 de Cremorne que nos halagaban con su grito de tropa y los cantos de Gilwell.

Cuando navegamos en el puerto, se abrieron profundas bahías a ambos lados, entre colinas cubiertas de árboles y casas placenteras. Delante de nosotros las casas se hicieron más espesas y más altas, hasta que había agrupaciones de rascacielos y arriba se encontraba el gran arco del puente mundial reconocido, por el cual pasamos a nuestro muelle.

¡Éste era Sydney!, la gran capital de New South Wales se extiende por muchas millas sobre las colinas arboladas que están alrededor, a ambos lados del puerto, en el lugar en el que hace solamente ciento cincuenta años ¡no vivía ningún hombre blanco!. Había un sol brillante y palmeras de los lugares tropicales que habíamos visitado anteriormente, pero con una diferencia, que los hombres y las mujeres no eran más el pueblo de color de esos climas, sino cordialmente hospitalarios británicos de nuestra propia sangre y raza.

Un espléndido país, es Australia.

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